Teniendo en cuenta los tiempos convulsos que corren y las grandes controversias creadas por comentarios desafortunados – de lo que no tengo constancia ya es si también intencionados – de esos personajes políticos que nos rodean, me ha parecido súmamente interesante añadir en este blog una reflexión al respecto, aprovechando la coyuntura de la asignatura que estoy trabajando actualmente. Como historiadora – y da lo mismo si mis ideas viran a la izquierda, a la derecha, arriba o abajo – tengo una opinión firme a inamovible respecto a que el conocimiento de nuestro pasado histórico es, no necesario, no, impresicindible.
Las ciencias históricas cumplen una funcionalidad social y cultural de primera importancia en nuestros tiempos y sociedades, como lo hizo la literatura histórica desde la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea. Pero no nos engañemos, la práctica de la historia científica no reside en el hecho de predecir el futuro, sino que la investigación histórica postdice y retrodice el pasado cuando puede y cuenta con fuentes para ello.
La practicidad de la historia científico-humanista reside en una necesidad social y cultural: la exigencia operativa en todo grupo humano de tener una conciencia de su propio pasado colectivo, ello porque todos los grupos humanos son por naturaleza heterogéneos y anómalos en su composición (un ejemplo de ello es que dentro de un mismo grupo conviven miembros de distintas edades y generaciones). Así, en calidad de grupo colectivo, tienen un pasado conjunto que excede siempre al pasado biológico individual de cada miembro: el nieto que convive con su abuelo sabe que éste fue nieto con anterioridad aunque no lo haya vivido personalmente y recibe a través de su bagaje ideas sobre ese pasado no experimentado en propia persona.
La conciencia del pasado comunitario del grupo humano constituye un componente inevitable de su presente, de su dinámica social, de sus instituciones, tradiciones, sistema de valores, ceremonias y de relaciones con el medio físico y otros grupos humanos. La concepción de su pasado común, de su duración como grupo en el tiempo y sobre el espacio es una pieza clave para su identificación, orientación y supervivencia en el contexto del presente. Ninguna sociedad, desde las primitivas estudiadas por los etnólogos a las industriales avanzadas, podrían funcionar sin tener una concepción y un recuerdo de su pasado y de la naturaleza de su relación previa con otros grupos humanos.
Ejemplo: Un determinado pueblo pastor subsahariano necesita conocer su derecho a llevar sus rebaños a ciertos pastos y recordar qué tipo de relación – amistosa u hostil – mantiene con otros grupos pastoriles que frecuentas esos pastos. O, por ejemplo, el gobierno chino necesita preservar el recuerdo histórico del Tratado de Nankín de 1842 para poder reivindicar con legitimidad y eventualmente obtener la devolución de la colonia de Hong Kong por parte del Reino Unido en 1997.
Esta necesidad de conocer el propio pasado puede satisfacerse de varias maneras:
- A través de mitos de creación, leyendas de origen, genealogías fabulosas, doctrinas religiosas, etc. Véase cualquier mitología y sus leyendas de creación del universo: Egipcios, mesopotámicos, griegos, romanos, vikingos… o las propias lecturas que del tema aporta, por ejemplo, la religión católica.
- Mediante literatura histórica de clara intencionalidad propagandística pero desprovista de ropajes providencialistas o míticos. Véase cualquier obra de autores latinos en época del Imperio Romano, o las obras de muchos autores durante la Edad Media.
- La práctica, desde época contemporánea de una Historia Científica capaz de proporcionar un relato histórico desprovisto de los elementos anteriores: sin elementos mitológicos o míticos y sin elementos literarios de carácter – o no – propagandístico o ideológico.
La concepción del pasado que pretende ofrecer la investigación histórica científica quiere ser verdadera y no ficticia o arbitraria; verificable materialmente y no incomprobable, causalista e inseparable al propio campo de las acciones humanas y no fruto del azar o fuerzas inefables, racionalista y no ajena a toda lógica crítica y no dogmática.
La historia no puede predecir el futuro de ninguna manera ya que el ser humano en sí y sus acciones son impredecibles, pero sí puede – y debe – explorar los orígenes del presente y las circunstancias de su gestación, funcionamiento y transformación. La experiencia histórica de una sociedad es su único referente positivo, su única advertencia tangible, su forma de evitar cualquier tipo de salto al vacío o actuación a ciegas o por simple tanteo. Y esta idea no es cosa del presente más inmediato, sino que el propio historiador griego Polibio en el siglo II a.C. ya advertía de esta faceta ilustrativa y pedagógica de la historia cuando dijo que “ninguna educación es más apta para los hombres que el conocimiento de las acciones pasadas (…) la instrucción y ejercicio más seguro en materia de gobierno, es la enseñanza a partir de la historia.”
Si no, detengámonos un momento y pensemos, ¿podríamos imaginar un Ministerio de Asuntos Exteriores que no tuviese noción alguna del pasado histórico de su propio Estado y del de aquellos con los que pretende relacionarse? ¿Sería posible una élite gobernante que careciese de conciencia histórica y ejecutara sus proyectos políticos, económicos, sociales o culturales sin referencia o conocimiento alguno del pasado? No hace falta responder, sino apuntar que uno de los rasgos que caracteriza a los Estados Contemporáneos desarrollados es el volumen, densidad y eficacia organizativa de sus archivos históricos y la cuantía y formación de los investigadores y analistas que trabajan en ellos.
Parece evidente, pues, la practicidad social y cultural de las disciplinas históricas:
- Contribuyen a la explicación y el entendimiento de la génesis y evolución de las formas de sociedad humanas pretéritas y presentes.
- Proporcionan un sentido crítico de la identidad operativa de los individuos y grupos humanos
- Promueve la comprensión de las tradiciones, herencias y legados culturales que conforman las sociedades actuales
- Desempeñan una labor crítica fundamental respecto a otras formas de conocimiento humano impidiendo que se hable sobre el pasado sin tener en cuenta los resultados de la investigación empírica, so pena de hacer pura metafísica pseudo-histórica o formulaciones arbitrarias indemostrables.
Sencillamente, la razón histórica pone límites críticos infranqueables a la credulidad y fantasía mítica sobe el pasado de hombres y sociedades. En este sentido, las Ciencias Históricas ejercitan una labor esencial de pedagogía, ilustración y filtro crítico en nuestras sociedades: son componentes imprescindibles para la edificación y supervivencia de la conciencia individual racionalista. No es posible concebir, sin entrar en riesgos para la salud del cuerpo social, un ciudadano que sea agente consciente de su papel cívico al margen de una conciencia histórica desarrollada que le permita plantearse el sentido crítico-lógico de las cuestiones públicas, orientarse sobre ella.
Por supuesto, no todo es bucólico y fantástico y hay muchas prácticas históricas – a lo largo de la propia historia y en la actualidad – que incumplen estas funciones críticas y pedagógicas en virtud de la banalidad temática, del propio uso de la historia a favor de un grupo o una idea o mera propaganda. Aquellas que tienen como único fin y horizonte la legitimación de un derecho político, la glorificación de un grupo nacional o la propaganda de una ideología particular.
“La tarea de la Ciencia Histórica no consiste en fabricar una tradición que suscite la aprobación general, sino en esclarecer los acontecimientos y estudiar sus causas y consecuencias (…) el Historiador debe intervenir en la memoria colectiva para prevenir la utilización política de imágenes o representaciones estereotipadas. El Historiador, junto con mirar al pasado, trabaja a favor del porvenir”.
Hinnerk Bruhns. El inaccesible pasado alemán.
“Ignorar la historia es como permanecer siendo un niño toda la vida”.
Cicerón en su obra De oratore.
Ele de Lis
Apuntes para la asignatura Métodos y técnicas para la elaboración de un trabajo de investigación, extraídos de la obra El Oficio de Historiador de E. Moradiellos. Máster Universitario en Métodos y Técnicas Avanzadas de Investigación Histórica. UNED.
¡Hola! Bueno, ahora que tengo un poquito de tiempo voy a echarle un vistazo a tu blog, y me leeré tus artículos, así que, siento si te llegan muchos comentarios de golpe je, je. Un saludo.
Desgraciadamente, como en periodismo, que es una forma de crear fuentes históricas para el futuro, la objetividad brilla en muchos casos por su ausencia. Personalmente no creo en la objetividad absoluta, un historiador, siempre acaba reflejando en mayor o menor medida su opinión. Además, “la historia la escriben los vencedores” así que…
Me acabo de terminar el libro de E. Bernárdez sobre los mitos germánicos, y el, claro, da ahí su opinión. Cita en muchas ocasiones la obra de Tácito, romano que tuvo contacto con las tribus germánicas de hace 2000 años, aunque claro, la incertidumbre de la veracidad de las fuentes nunca deja de planear sobre nosotros…
¡Muy buenas!
No hay problema, el blog está para eso, así que comenta todo lo que te apetezca que yo lo leo y lo contesto más que encantada 🙂
Tienes toda la razón, la objetividad absoluta es, sino imposible, muy difícil de conseguir y la historia – como supongo que el periodismo – es un campo de minas muy peligroso porque todo es “interpetable” hasta cierto punto. El problema radica, según mi parecer, ya no sólo en dar una versión con cierto toque subjetivo, sino en utilizar la historia o el periodismo para apoyar ciertos discursos o justificar hechos. Creo que la tarea de un historiador y un periodista es la de informar a la sociedad, más que la de intentar convencer de nada.
Lo que dices de Bernárdez sobre su libro de los mitos es cierto, lamentablemente para los historiadores que se dedican a la mitología y la historia escandinava o nórdica las fuentes son muy esasas y terriblemente subjetivas a no ser que la arqueología nos de pistas sobre ello. Por eso siempre hago hincapié (hay otra entrada al respecto) sobre el método y las técnicas históricas (supongo que en periodismo habrá también), algo fundamental para intentar alcanzar esa “objetividad” tam complicada. Las primeras entradas que publiqué fueron a raíz del máster que estoy haciendo, cuando pensé en usar la cuenta para ello antes de que comenzase a escribir el libro sobre los vikingos y me dio pena borrarlas, porque creo que son muy interesantes para quien no está familiarizado con el trabajo que hacen y cómo lo hacen sobre los historiadores.
Estaré muy pendiente de tus comentarios, son un placer 🙂
Laia.